lunes, 15 de julio de 2013

Renata


Venerando esos ojos del color de la ternura,
que miran velados por el padecimiento y las décimas,
ya no sostienen júbilo ni recuerdo, distantes,
y envenena mis entrañas el lastre de la impotencia.

El dolor oxida los engranajes de la carne,
cubriéndolos con densa tristeza y pesar
y esa puta codiciosa gana la partida otra vez
llevándose todo lo que amo, mi voluntad.

Pero yo te haré inmortal, pequeña mía,
nunca te dejaré.


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