La
dualidad, extraña y fiel concubina durante el trayecto;
unas
veces conciliadora, otras henchida de rebelde sospecha,
llega
con urgencia para hostigar alimento, impaciente,
o
pausa los tiempos para desconcierto del espectador.
Cuando
descansa, fuera de mis obtusos confines,
permite
la lectura sin manuales, la interpretación certera,
sin
trampas para el viajero que ansía desnudar, explorar,
sosegadamente
y sin juicios livianos, bajo la carne.
Esa
dualidad, que revela el tono exacto del deseo
y
acobarda con los resultados de perfilar con él.
Rotula
el sabor que siempre hemos rastreado
y
nos transforma en prófugos de su reconocimiento.
Susurra
la melodía que puede conciliar con el alivio
y
muestra al instante la mordaz descarga de incapacidad.
Suelta
algo de cuerda, ambigua camarada... Dame holgura...
Me
romperé de tantos malabares por no pisar brasas y escarcha.
No
me robes tanta audacia, no aturdas mis intenciones;
permite
que baile en el centro de la sensatez por un instante,
que
mis manos ya protestan de tanto cavar en el ánimo
y
las mejillas vocean azules por las bofetadas.
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