Las ruinas que quedan soy... caos... artículo estéril de empatía humana.
Incompetente
gestora de emociones; llena de costuras, hueca de sensaciones.
Curiosa,
sí. Curiosa pero inmóvil. Lisiada. Tullida. Obstruida en el
intento.
Maquinaria
desechable. Inepta. Torpe. Averiada.
Toda
una autoridad en dolor y cicatrices. Dueña de un almacén de
incredulidad.
Única
heredera del emporio del recelo, veterana en la acomodada sospecha.
Pasiva
por mi cimentada corona de aislamiento, de alimentada repulsa,
presento
batalla a los fantasmas, a las memorias, a los fortuitos desafíos.
Y
qué me queda sin anhelos? Sin deseo o ingenuo apetito?
Correr
en círculos, en una carrera hacia un desenlace previsible,
tan
sólo de la mano de difuntos admirados, legados de cenizas
que
una vez fueron, siendo ahora inmortales en mil memorias.
Me
queda amarlos a ellos. Ellos, que siendo naturales me otorgan paz y
sosiego.
Sin
miedos. Sin desasosiego o escepticismo.
Plácida y pausadamente.
Ellos,
sin disfraz ni adulteración, auténticos sin pretensiones. Limpios.
Los
que no usan máscaras y son lejanos a la humanidad, afortunadamente.