¿Por qué me despierto,
infinidad de mañanas,
con el paladar emponzoñado
de esta adherida sensación,
de no estar donde quiero
ni de dirigirme a donde realmente deseo?
¿Por qué en la oscuridad y penumbra
me asaltan los pensamientos
de desconsuelo y anhelo,
de vacuidad y descontento.
Me asfixia la egolatría e ingratitud de mis congéneres,
el menosprecio e ignorancia, la falta de amor prójimo,
la rabia y envidia disfrazada de veredictos que nadie ha instado,
y me veo, como en un sueño,
atrapada en el dolor por esos desatinados atrevimientos.
Y sólo tu música cura mi alma
y me da nueva perspectiva
alejando la duda y la mancha
la mendacidad y la mentira.
¡Qué sólo deseo vivir mi camino contigo!,
mi sinónimo de argentos bucles y manos de orfebre,
lejos de esos análogos -que de símiles tienen veintitrés peldaños-,
retirándonos mil distancias de sus venenos y falacias
para mirarnos desde cercanía que invita el arco de nuestros labios.
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