La pesada escarcha en sus pestañas,
imperceptibles lagrimas endurecidas por la amargura,
lisiando sus ojos, vetando la vista del dorso alejándose aquella tarde...
al final del verano.
Él, que prometió no dejarla partir con aquel baúl de sincronía.
La estatua binaria que añora lo que nunca jamás sucedió,
con el corazón ajado y arrecido, de pie,
estático y perenne, firmes sus piernas pese al temblor.
Su voz huyó junto con su determinación y osadía, robándole el verbo.
Toda la ensayada ofrenda ascendiendo hacia las confortables nubes
tan lejanas ya como su empeño.
Y se enrocó, con pensamientos de desapego y farisea opulencia,
que ni le sacia ni le alimenta, exuberantes fragancias sin solidez.
Ladeó su cabeza, tras el primer latigazo de realidad
recogido en su puño el tormento,
y comenzó a caminar opuestamente, hacia el invierno.
01-11-2020