domingo, 13 de septiembre de 2020

La fábula de la Terminal 1

 

Amores de veinte minutos,

pasiones incomparables,

teamos” de cantinela,

y mentiras en tela de araña...



Veinte minutos de colisión fueron suficiente...

La retina obturó forma y gesto. Sucinto recuerdo que perduró sempiterno en la memoria.

Meses de latente turbación y relegada mística presencia, gestando suspendida vehemencia y adoración en coltán.

La anónima señal rescató su intensa mirada y la reconocida fragancia acudió veloz a su corteza entorrinal. Selecto glosario de seductoras promesas, impulsaron deseos y carencias, afligidos desaires sin cauterizar. Acariciando las precisas teclas, con alegoría de cristal, se erectó el amor. Desvanecidos los tormentos pasados sólo aguardaba la sincronía nupcial.

Irrefutable franqueza, desnudos los errores e infancia, sin disfrazar la más mínima fracción, comenzando limpio, diferente, ¡no desean repetir patrones ni sentir lo evocado!

Ese inflamado e incuestionable amor fue cuajando en la distancia, pero adobado por tiempos legítimos de incondicional entrega y fidelidad absoluta. Deleitada suspensión.

La espera de contenidas lágrimas al otro lado de la puerta, arrastrando la maleta repleta de biografía inconfesa, despertó el miedo: ¡su deseo y amor barrerían los recelos e inseguridades!

La imagen impronta tiempo ha no estaba siendo honesta: no había reconocimiento ni cercanía. Dos desconocidos encaminados a un hogar construido desde la quimera.

Al entrar, ella posó su mano en el hombro de él, y le contempló con aquella mirada en la que una vez se perdió. Pero en esta ocasión, el frío de la decepción le atravesó escarchando sus arterias.

Él sintió el peso de su ignorancia e ingenuidad, del forzado credo, y sintió alivio.

Te llamaré cuando esté alojada”, mientras cruzaba su último umbral. Él nunca esperó.


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