Y el dolor te retuerce, doblegándote sobre ti mismo,
partiéndote en dos.
No puedes ver más allá de sus ojos, aunque, nunca viste
mucho más.
La ansiedad se alimenta de pensamientos en bucle, a los que
no puedes alejar.
Y tu mente no puede asimilar el tormento, tras la ventana,
al verles partir.
Ella te advirtió: “La gente herida es peligrosa. Sabe que puede sobrevivir".
Y aún así, decidido, escogiste posar tus alas al final de su cálida
espalda.
El placer exquisito del dolor más intenso. La entrega de tu voluntad.
A cambio, ella se fingió dispuesta para ti en cada instante. Siempre.
Y, aquella fría mañana de verano te devoró, escupiendo piel y huesos,
mientras regresaba sin volver la vista atrás, a su cama junto a él.
Inspirada tras revisionar "Damage", de Louis Malle.