Pretendiendo encontrar nuestro lugar en esos abrazos de penumbra, nuestra lumbre tras las copas de vino sucias por pintalabios y saliva, entre afectadas risas y bandas sonoras gastadas, nos vamos obligando al roce de mentes a la altura, que no lo son ni lo fueron. Y yo fingiendo que soy quien no debo.
Mi soledad,
que tanto ofende e insulta a los predecibles cautivos de sus tatuadas carencias,
que obliga a la necesidad de respuestas que mueren en ese cementerio de palabras que es el diccionario, que asusta por ser escogida y no por ser impuesta,
me mece entre notas de sosiego e improvisación concediéndome paz y armonía.
Así, sacrifico la presencia de tacto, sabor, olor y creencias, en pos de libertad y crecimiento. Una progresión de conocimiento que llega tras caminos erróneos, búsquedas curiosas e inflamable apasionamiento. Sería más sencillo absorber de otros, pero restaría satisfacción al orgullo de la conquista.
Puedo llegar a tus conclusiones, pero desde mi propio camino. Anclaré más tarde, me llevará más tiempo, pero llegaré. Y en el oído no tendré a Hyde susurrando que no estoy en mi lugar, que mi rincón está entre los discos y libros que atesoro, a salvo.
Me quedo con mi retiro. Con mi libertad. Con mi naturaleza. Me escojo a mi. Y con ello me despido de dogmas programados y ficticias e impuestas necesidades. No puedo huir pero sí intentar ser invisible. Y el convencional traje de identidad aceptada lo dejaré aparcado en el armario, listo para vestirme cuando ya no pueda esconderme. Y en mi soledad sólo me cubrirá la piel de mi persona. Lo que soy. Sin adornos para resultar más soportable.